
Tres años después de la invasión rusa, el gobierno de Estados Unidos intenta negociar desesperadamente un acuerdo de paz en Ucrania. Aunque ha habido algunos tibios avances, el camino ha sido dolorosamente arduo, marcado por enfrentamientos verbales y el persistente derramamiento de sangre por parte de los contendientes. De seguro seguirán surgiendo más obstáculos.
Después de todo, el armisticio que puso un alto a la Guerra de Corea en 1953 tardó dos años en negociarse. Aun así, quizás sea posible vislumbrar cómo podría ser un acuerdo negociado.
Los analistas de la guerra ruso-ucraniana han anticipado desde hace tiempo una solución al estilo coreano. Es decir, un pacto similar al armisticio de 1953, que dividió la península coreana en dos Estados —Corea del Norte y del Sur— con una Zona DesMilitarizada (DMZ) entre ellos.
Esa división perdura hoy, más de 70 años después.
En Ucrania, quizás, -aunque Rusia conserve parte de su terreno conquistado, cerca del 20 por ciento del total de la superficie ucraniana-, la mayoría del territorio ucraniano permanezca libre e independiente.
Sin embargo, los armisticios —al igual que los tratados— no se cumplen por sí solos.
Los antiguos griegos, con mentalidad realista, solían establecer plazos en sus tratados (como la Paz de Treinta Años o la Paz de Diez Años). Su vigencia depende de la voluntad de las partes para hacerlos cumplir.
Por su parte, la experiencia estadounidense con tratados en el siglo XX es irregular.
En Corea, la paz se ha mantenido, pero gracias a la presencia continua de tropas estadounidenses en Corea del Sur (unos 25,000 soldados como promedio).
Aunque ambos bandos siguen comprometidos con la reunificación, Corea del Norte trata de manera más agresiva este tema; con el agravante que es un estado nuclear. Utiliza tácticas de intimidación y espionaje, lo cual mantiene altos niveles de tensión en toda la región.
Allí realmente nunca se firmó un tratado de paz formal, pero el Alto al Fuego sigue en pie.
Tras la Primera Guerra Mundial, el resultado fue menos alentador. El armisticio del 11 de noviembre de 1918 dio paso a pactos como el Tratado de Versalles (1919), donde Estados Unidos, liderado por Woodrow Wilson, impulsó la autodeterminación de las naciones, pero el Senado, -paradójicamente-, rechazó ratificarlo.
Tampoco Estados Unidos se unió a la Liga de Naciones, el proyecto estrella de Wilson. Sin participación estadounidense, ese organismo fracasó.
El declive de la influencia de Estados Unidos en Europa, lo cual fue un gran error estratégico de los gobernantes norteamericanos, fue una de las causas que alentó el rearme alemán en los años 30, lo que condujo a la Segunda Guerra Mundial.
En1945, Estados Unidos y la URSS —fundamentalmente con apoyo británico— liderearon la victoria en Europa. Washington cedió tácitamente gran parte del continente a los soviéticos, con lo que la Unión Soviética se rodeó de estados satélites que le permitieron armar un escudo frente a una posible agresión terrestre europea y también le garantizaban más votos incondicionales en los foros internacionales.
Sin embargo, Estados Unidos creó un nuevo orden en Europa Occidental, coronado por la organización militar OTAN, el cual emergió triunfante en 1989, después del derrumbe del socialismo.
Como resultado del desbande socialista, la URSS perdió aliados (todo el Pacto de Varsovia), territorio y población. La nueva Federación Rusa quedó reducida, dividida y desmoralizada. Pero no fue el fin de la historia, como erróneamente muchos pensaron en Occidente.
Hoy, casi 35 años después, la OTAN sigue existiendo, pero depende de financiamiento y armamento estadounidense. La inmensa mayoría de sus miembros europeos han reducido negligentemente sus capacidades militares. Existe más en tratados, resoluciones y conferencias que en el terreno, literalmente.
Rusia, en cambio, no. Al igual que Alemania tras la Primera Guerra Mundial, busca recuperar su imperio perdido. Vladímir Putin, dictador de facto en el siglo XXI, ha logrado reconquistar fragmentos del antiguo imperio soviético mediante estrategias mixtas muy astutas, militarización y agresión despiadada.
Su mayor éxito fue la anexión sin resistencia de Crimea en 2014, seguida de una guerra prolongada en el este de Ucrania —disfrazada de conflicto local pero orquestada por Moscú— y la invasión abierta en 2022. Aunque ha ganado territorio, esto ha sido a un costo enorme en vidas y recursos. La resistencia heroica de Ucrania, cuyos civiles e infraestructura han sido atacados violando el derecho internacional, ha frenado el avance ruso.
La operación planificada para dos semanas ya lleva tres años y no hay un avance claro de ninguna de las partes, solo el desgaste económico y la perdida innecesaria de vidas humanas.
Como en Corea, Estados Unidos podría negociar un compromiso en Ucrania. El plan de Trump de obligar a Ucrania a compartir sus recursos minerales a cambio de apoyo implicaría desplegar trabajadores estadounidenses allí.
Tropas europeas, -por lo que se ve, serían fundamentalmente británicas y francesas-, patrullarían una DMZ en Ucrania; mientras los más de 10,000 soldados estadounidenses en Polonia y otros países fronterizos disuadirían nuevas agresiones rusas.
La peor parte en los acuerdos de paz, si se llegan a concretar, la llevará Ucrania. Eso no es un secreto para nadie. Según la prensa, en estos momentos Estados Unidos está al punto de lograr acuerdos por separado con Ucrania y con Rusia en las negociaciones que se llevan a cabo en Arabia Saudita.
Los acuerdos serían para garantizar la seguridad de la navegación en el Mar Negro, que es una ruta importante de exportación tanto para Moscú como para Kiev. También se está insistiendo en implementar la prohibición de ataques contra instalaciones eléctricas y energéticas en ambos países. Este punto es algo que beneficia únicamente a Rusia pues estas instalaciones e infraestructuras están consideradas objetivos centrales de los ataques ucranianos.
Sin embargo, tras largas horas de negociaciones no se consiguió la principal meta de Estados Unidos que es una tregua total de, al menos, 30 días.
Ahora, y sin más remedio, Ucrania está aceptando todo lo que Estados Unidos “negocia” pero la pregunta entonces es ¿Y Rusia?
Pues bien, además de seguir ganando tiempo para continuar el desgaste de las mermadas tropas y recursos ucranianos, también está exigiendo otras condiciones antes de que pueda llevarse a cabo este cese de hostilidades en el Mar Negro.
Entre ellas, quitar sanciones al Banco Agrícola Ruso y al fomento de sus exportaciones agrícolas.
El presidente Donald Trump ha reconocido que existían algunas condiciones por parte de Rusia para llevar a cabo esta iniciativa y es por eso por lo que la implementación de este pequeño y tambaleante paso inicial todavía está en veremos.
Trump había dicho en campaña que, si era elegido, el conflicto entre Rusia y Ucrania se podría solucionar en un día. Claramente seguimos esperando que llegue ese famoso día, si es que llega.
Pero ¿mantendrá Estados Unidos su compromiso con Europa? Es difícil de hacerlo como es difícil de predecirlo.
En lo externo, hay conflictos en Medio Oriente que cada día se agravan más, y el ascenso de China —rival económico y amenaza geopolítica—, son los dos puntos que demandan la atención. Además, internamente el panorama tampoco es apacible: polarización política de la sociedad, crisis migratoria, declive industrial, envejecimiento poblacional y una deuda nacional desbordada (36 billones de dólares en 2024, con un ratio deuda/PIB del 98%).
Simplemente Estados Unidos no tiene recursos para actuar en todos los frentes a la vez.
Para colmo, las tensiones entre Estados Unidos y Europa son profundas. Los europeos —incluido con ellos a Canadá— reconocen que no contribuyen lo suficiente a la defensa colectiva, pero priorizan lo que ellos consideran “el Estado de bienestar” sobre los gastos de mantenimiento de la OTAN.
Ya sus dirigentes están tratando de enmendar este error, a la velocidad de … la Unión Europea.
Aunque Trump y el vicepresidente Vance han insinuado retirar el apoyo a Europa, las promesas europeas de aumentar gasto militar son solo eso: promesas.
Peor aún, las élites europeas fomentan el antiamericanismo abiertamente, lo cual no ayuda en un momento en que la unidad de Estados Unidos con Europa es fundamental para mandar el mensaje alto y claro a Rusia y acólitos.
Putin sabe esto y mucho más, por zorro viejo y por oficio como exKGB. Quizás Estados Unidos trate de seducir al nuevo Zar para usarlo como apoyo en su política contra China, usando como carnada el viejo anhelo de China que ambiciona el Lejano Oriente ruso.
Recordar cómo se enrarecieron las relaciones entre China y Union Soviética con la llamada Diplomacia del Ping Pong a principios de la década de 1970.
Este movimiento pudiera ser tan interesante como peligroso para la estabilidad mundial.
En fin, la actual administración norteamericana podría levantar sanciones o fortalecerlas, incluso continuar armando a Ucrania con lo último del arsenal occidental. ¿Quién sabe?
Al final, Putin aceptará los términos que se acuerden para tratar de detener el gran costo de la guerra, cosa con la que no contó cuando comenzó su llamada “Operación Especial”.
Pero, y todo siempre tiene un pero, él y quien le suceda, observarán la DMZ (si es la solución que se encuentra) con la paciencia de la Mantis, listos para atacar ante la primera señal de debilidad occidental.
Mientras sucede eso, Rusia no descansará. Lo más probable es que se centre en sabotear internamente a Ucrania para instalar un régimen más dócil hacia el Kremlin.
¿Sobrevivirá una paz negociada? Probablemente, pero dependerá de la capacidad de resistencia que aún tenga el pueblo ucraniano y de que Occidente juegue el rol que le corresponda como bloque militar decisivo.
LV, NV, 03/19/2025
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